Con sus reflejos rápidos, Luciano pudo colocarse delante de Roxana para protegerla y al mismo tiempo agarrar a Carmen por el cuello. Sus largos brazos impidieron que se acercara más, dejándola impotente mientras agitaba sus extremidades en el aire y maldecía en voz baja. Con un empujón suave, Luciano logró que retrocediera y cayera al suelo.
―¡Te odio, Luciano! Te odio muchísimo. ¿Cómo has podido tratarme así? ¿No tienes corazón? ¿No tienes conciencia? ―gritó con todas sus fuerzas.
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