Estela sacudió su cabeza repetidamente con una expresión impotente. Justo cuando no sabía qué hacer, oyó los pasos firmes de Luciano acercándose. Inmediatamente, se le iluminaron los ojos. Pasó corriendo junto a Abril y se refugió en Luciano, rodeándole el muslo con sus pequeños brazos. Luciano miró a la niña que se aferraba a él y pensó en las palabras de disculpa de Abril.
—No bastará con una noche para que Ela te perdone, así que no hay necesidad de que recurras a medidas tan desesperadas —dijo mientras miraba fijamente a Abril, que seguía agachada en el suelo.
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