Aquella noche, la fiebre alta de Luciano resultó tal como Roxana esperaba.
Su temperatura bajó, subió y volvió a bajar. Cuando estaba a punto de amanecer, su temperatura alcanzó los treinta y ocho coma siete grados centígrados. Los antifebriles sólo podían consumirse cada seis horas. Al ver que no se cumplía el plazo, Roxana cambió rápidamente a un método físico.
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