Mientras tanto, en la casa de Roxana, Andrés y Bautista sacaron juguetes, pusieron dulces en la mesa y se sentaron a los costados de Estela. Los ojos de Estela estaban abatidos, sus mejillas decaídas y la tristeza se miraba por todo su rostro. Andrés y Bautista intercambiaron miradas de impotencia, pero le habían prometido a Roxana que persuadirían a Estela; tenían que intentarlo lo mejor que podían. Andrés le dio un pañuelo y después habló con voz convincente.
—No llores, Ela. Si quieres a mamá, ayuda al señor Fariña para enamorarla.
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