Cinco minutos más tarde, Luciano llegó a la sala del último piso. Para entonces, Roxana ya llevaba puesta una bata de hospital y estaba tumbada en la cama con la cara pálida y los labios morados. No hacía falta decir que parecía mortalmente enferma.
Luciano estaba tan desconsolado que le costaba respirar. Tras permanecer de pie junto a la cama durante largo rato, por fin encontró el valor para preguntar:
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