―Hola, señor Quevedo. ―En cuanto Jonás entró en la casa, Catalina lo saludó con una mirada preocupada―. Los niños están arriba. No tengo ni idea de lo que ha pasado estos dos días. El señor y la señora Fariña no han vuelto y los niños están de mal humor.
Por supuesto, Jonás era consciente de la razón de su mal humor. Miró hacia el segundo piso, sólo para sentirse peor. Por un momento, no supo cómo darles la noticia. Sin embargo, el tiempo era esencial. No tenía tiempo para dudar.
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