A la mañana siguiente, Luciano escuchó unos cuantos golpeteos suaves en su puerta cuando despertó y sabía que la única persona que haría eso era Estela, así que fue a abrir la puerta; como esperaba, ahí estaba la niña parada en frente de su dormitorio con ojos de perrito y ella lo saludó con dulzura cuando lo vio:
—¡Buenos días, papi! —Él le acarició la cabeza y asintió levemente.
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