Estela se había quedado despierta hasta tarde esperando a que su padre llegara a casa la noche anterior. Además, últimamente le gustaba holgazanear en la cama por las mañanas, ya que por el momento no tenía que ir al colegio. Sin embargo, aquella mañana temprano la despertaron unos insistentes golpes en la puerta. Estela se levantó sin fuerzas y se dirigió a la puerta malhumorada. Arrugó las cejas de mala gana al ver a la persona que estaba en el umbral.
—Por fin te has despertado, Ela. ¿Por qué no te ayudo a asearte y a prepararte para ir al colegio? —Abril era todo sonrisas.
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