Reunirse con la familia Dorante era importante, así que Roxana se arregló para mostrar su sinceridad. Por la tarde, llegó al café una hora antes de la acordada; poco después, vio a Jael guiando a un anciano a la cafetería; el hombre canoso, que se parecía a Jael, era delgado y vestía un traje tradicional. A ella le bastó con una mirada para adivinar su parentesco.
Roxana, sorprendida, se levantó enseguida y esperó a que ambos se detuvieran para saludar con una reverencia cortés al anciano. El hombre le sonrió con amabilidad y la observó con detenimiento. Con su ligero maquillaje y cabello recogido para dejar al descubierto sus rasgos delicados y su cuello largo, lucía hermosa y modesta; llevaba puesto un vestido elegante y largo.
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