Con el esfuerzo de las cuatro personas, pudieron almacenar todas las hierbas medicinales rápido. Cuando Roxana acomodó el último frasco, caminó a una esquina para ver su teléfono. No tenía ninguna notificación, no había llamadas perdidas y mucho menos una respuesta de Luciano. Observó la pantalla por unos segundos y se preguntó si debía llamar a Andrés y a Bautista para preguntarles, pero en ese momento, escuchó unos pasos que se acercaban y se dio la vuelta. Eran Jael y Corado que caminaban juntos mientras hablaban. Al encontrar sus miradas, se detuvieron y le sonrieron.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó confundida.
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