Al notar que Estela estaba a punto de echarse a llorar y ver la multitud de gente que las rodeaba, Sonia no tuvo más remedio que ceder y llevar a la niña en brazos hasta la entrada para esperar. Al cabo de media hora, por fin vieron a los dos chicos en la cola.
―¡Andrés! ¡Bautista! ―Estela corrió rápidamente hacia ellos, con la preocupación grabada en su pequeño rostro―. ¿Por qué han llegado tan tarde?
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