La condición de Alfredo era bastante complicada y, por ese motivo, era que los reconocidos médicos no sabían bien qué hacer. Solo describir la enfermedad le llevó mucho tiempo a Conrado.
A las seis de la tarde, después de que Roxana salió de trabajar, fue a la residencia Quevedo sola, siguiendo la dirección que le había dado su colega. La persona que abrió la puerta fue un hombre de mediana edad con uniforme de mayordomo.
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