—No me deje de querer, señorita Jerez —imploró Estela, quien sostenía el rincón de la camisa de Roxana e intentaba acurrucarse entre sus brazos. Roxana se dio la vuelta y se hincó para permitir que Estela la abrazara, luego le dijo desamparada:
—Tú no me has dejado de agradar.
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