Luciano miró en su dirección cuando escuchó los sollozos. Roxana le dio unas palmaditas en la espalda de forma reconfortante, pero el llanto solo se hizo más fuerte. Estela apartó la manta, se sentó y se arrojó a los brazos de Roxana. Se aferró con fuerza a la blusa de la mujer mientras lloraba con tristeza; luego, abrió poco a poco los ojos y miró fijo el rostro de Roxana. Dejó de sollozar después de confirmar que ella aún estaba presente. Tenía las mejillas enrojecidas por la fiebre y el llanto; y Roxana se sintió angustiada porque la pequeña le recordaba a sus hijos.
—Shhh, Ela. Estoy aquí, no llores. —La tranquilizó mientras le secaba las lágrimas con dulzura.
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