La mirada de Estela estaba clavada en la espalda de Roxana y las lágrimas rodaban por sus mejillas sin parar. Andrés y Bautista estaban igual de abatidos; no esperaban que su madre fuera tan despiadada y cuando vieron que la niña lloraba, se acercaron a consolarla.
—No llores, Ela. Mamá está muy ocupada estos días, pero puedes venir a jugar cuando mami vuelva a tener tiempo libre —explicó sonriendo Bautista, pero su intento fue inútil.
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