Cuando Roxana se despertó a la mañana siguiente, los niños estaban apretujados, enredados en sus extremidades, abrazándose mientras dormían profundamente. No tenía idea de cómo terminaron así, pero no mostraban señales de despertar.
Un calor se extendió en el pecho de Roxana mientras los observaba dormir como bebés. «Ella, mi niña. No estoy soñando. ¡Mi hija de verdad ha regresado!», pensó.
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