Herman apretó los puños con fuerza, aún sin poder decidirse. No era tonto y comprendía que aquellos prestamistas eran unos usureros. Si no podía pagarles, podría ser su fin.
Justo cuando seguía dudando, un hombre de mediana edad, que también estaba en la mesa esperando para abrir las cartas, no pudo evitar empezar a provocarle de nuevo:
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