Joan apretó los puños y trató de reprimir toda su consternación. «¿Debo reprimirme para siempre?» Miró a la mujer que tenía delante y le suplicó con la mirada.
—Señora, estuvo mal que Lucius golpeara a alguien. Permítame disculparme en su nombre —dijo. Con eso, se inclinó.
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