—Por favor? Yo contribuiré económicamente, mientras tú contribuyes en términos de trabajo. Entonces, podré comer tu comida —murmuró Gabriella con timidez. —¡Si no aceptas, me quedaré aquí hasta que lo hagas! —declaró de repente a todo pulmón.
«Por mí está bien. Entonces, quédate aquí». Joan le lanzó una mirada contrariada. «Sí que quiero abrir un restaurante, pero no quiero colaborar con un desconocido, ¡que además no está bien de la cabeza!»
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