La idea de ofrecer un millón por un amuleto desgastado era ridícula. Así, la multitud llegó a un acuerdo unánime.
»Con un precio tan elevado, ¿quién en su sano juicio competiría por él? ¿No nos haría quedar como un tonto? Supongo que el dinero hace que uno actúe de forma caprichosa».
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