Capítulo 7 Puede o no puede
Sin embargo, no había tiempo para pensar en lo que había sentido. Sin atreverse a mirar de nuevo a Finnick a los ojos, se apresuró a ir al baño. Cerrando la puerta de golpe, se apoyó en ella, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho.
«¡Eso estuvo muy cerca! Solo un poco más y...» Solo pensar en lo que podría haber ocurrido la asustaba. Al mismo tiempo, estaba un poco desconcertada: «Estamos casados, así que en teoría hacer "eso" es normal y está dentro de lo razonable. ¿Es mezquino de mi parte salir corriendo así?»
Mientras se preguntaba esto, la peligrosa mirada de él volvió a pasar por su mente. No pudo evitar el escalofrío que le recorrió la espalda. Solo era la tercera vez que ella y Finnick se veían. No podía aceptar que tuvieran relaciones sexuales, después de conocerse durante tan poco tiempo.
Sin embargo, teniendo en cuenta su reacción anterior, ¿significa eso que sus colegas masculinos se han equivocado?
«Finnick ha reaccionado como cualquier otro hombre normal. Entonces, ¿significa eso que no estaba afectado en absoluto de "esa" manera, a pesar de estar lisiado?», pensaba.
Al darse cuenta de hacia dónde se dirigían sus pensamientos, se dio una bofetada mental: «Vivian William, ¡en qué estás pensando! ¿Por qué te preocupa si esas funciones suyas son normales? ¡La única razón por la que te casaste con él fue para entrar en el registro de hogares de Sunshine City! Deja de pensar en todo lo demás, porque no es relevante».
Sin embargo, había una cosa que era muy extraña: Cuando había caído en el regazo de Finnick antes, había tocado sus piernas por accidente. Siempre había pensado que las personas en silla de ruedas tendrían las piernas delgadas y débiles, por no poder utilizar sus músculos. Pero para su sorpresa, sus piernas eran bastante firmes.
«No se parecían en nada a cómo deberían ser las piernas de un lisiado...», se dijo.
¡Toc, toc! El repentino golpe en la puerta del baño había interrumpido sus caóticos pensamientos. Casi de un salto, Vivian levantó la cabeza para mirar la puerta.
—¿Qué?
La profunda voz de Finnick llamó desde el otro lado:
—Abre la puerta.
El corazón se le subió a la garganta mientras amenazaba con salirse por su boca.
«¿Abrir la puerta? ¿Por qué?»
Recordando la mirada lujuriosa de antes, sus dedos agarraron con más fuerza la encimera, mientras su imaginación se desbordaba. Y como Finnick no obtuvo respuesta, volvió a hablar:
—Se te había caído algo.
Al oír esas palabras, sus pensamientos se detuvieron y pronto dudó. Varios momentos después, se acercó a la puerta y la abrió un poco. Apareció una mano de huesos finos, con una toalla blanca y esponjosa.
Vivian se quedó sorprendida.
—Estabas buscando esto antes, ¿no es así? Por eso habías salido.
Había una nota de risa apenas perceptible en su tono, lo que hizo que ella se sonrojara aún más.
—Gracias —murmuró mientras aceptaba la toalla. Después cerró la puerta a toda prisa.
Cuando terminó de secarse y vestirse, salió del baño para ver a Finnick ya vestido con un pijama de seda azul marino. Estaba sentado en la cama, con su portátil sobre las piernas. Sus dedos volaban por el teclado con rapidez, ya que parecía absorto en lo que estaba haciendo.
Esta escena hizo que la curiosidad de Vivian volviera a aflorar. Ella había pensado que, al tener él dificultades para desplazarse, habría tenido muchos más sirvientes para atenderlo. Sin embargo, en toda la casa solo estaban Molly y Liam para atender sus necesidades.
«Es extraño que no tenga un cuidador personal. ¿Se sube él mismo a la cama? ¿No tiene que ducharse?», se preguntaba. Sin poder contenerse más, inquirió:
—Oye... ¿Necesitas ducharte?
—Ya me he duchado —fue su sencilla respuesta.
«Y aquí estaba yo, preocupada de que tuviera problemas para limpiarse. Sin embargo, ¿ya se ha bañado? Espera un minuto, ¿se ha bañado en otro lugar, además de aquí? ¿Significa eso que tiene otra mujer?». Ese pensamiento aleatorio y ridículo la hizo burlarse de ella misma en su mente. A decir verdad, no le habría importado que él tuviera otra persona.
Se dirigió hacia el escritorio, planeando empacar las cosas que necesitaría para el trabajo al día siguiente. Un destello le llamó la atención y vio que era el anillo que se había quitado antes de entrar en el baño. Hizo una pausa, pues se había olvidado del par de anillos que había comprado ese mismo día.
Por aquel entonces, no sabía que su marido era multimillonario y presidente de una empresa tan poderosa. Por eso, había comprado el diseño más sencillo que había podido encontrar. Pero luego de enterarse, parecía que el anillo era impropio de un hombre de su talla.
Con esa idea en mente, echó una mirada furtiva al hombre en la cama. Satisfecha de que él estaba concentrado en su trabajo, metió su propio anillo en el bolso. Luego sacó el anillo que estaba destinado a él y lo metió en uno de los cajones del tocador. Solo después se metió en la cama.
Para su inmenso alivio, la cama era bastante espaciosa, con dos juegos de cama y almohadas. Sentada en su lado, todavía había medio metro de distancia entre ellos.
—¿Has terminado? —cuestionó Finnick cuando sintió que se acomodaba. Ni siquiera apartó la vista de su pantalla.
—Sí.
Miró su pantalla con expresión inquisitiva. Sabía que su empresa se dedicaba a los bonos financieros. Los gráficos rojos y verdes que dominaban la pantalla no tenían ningún sentido para ella, así que renunció a intentar comprenderlos.
—¿Dormimos?
La cabeza del hombre se inclinó de golpe para poder mirarla de reojo.
—Claro.
Menos de un minuto después, Finnick apagó su ordenador portátil y también las lámparas de la cabecera. A medida que la oscuridad envolvía la habitación, Vivian se puso nerviosa. Incluso en ese momento, no tenía ni idea de por qué había querido casarse con ella. Por lo tanto, no sabía si él querría mantener relaciones sexuales.
Siguió tumbada, rígida, mientras los minutos pasaban. Al final, la respiración de Finnick se estabilizó y ella pudo relajarse. En cuestión de segundos, había caído en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, la alarma de su teléfono sonó puntual. Y cuando despertó, Finnick ya se había ido, el espacio a su lado estaba vacío y frío. No tardó mucho en realizar su rutina matutina. Se puso una ligera capa de maquillaje y bajó las escaleras.
Sólo estaba en la escalera cuando olió el delicioso aroma del desayuno. Molly se paseaba por la cocina cuando la vio. Una cálida sonrisa floreció en su rostro al saludar:
—¡Sra. Norton, está despierta! Venga, venga, desayune.
—Está bien, gracias.
Finnick ya estaba sentado en la mesa del comedor. Con una mano sujetaba un periódico mientras con la otra levantaba su taza para dar un sorbo. Cuando la mirada de Vivian se posó en sus esbeltos dedos, sus ojos se iluminaron de sorpresa.