—¡Oye, despierta! ¿Qué te pasa?
Estando en un embrollo, Finnick sintió que un par de manos pequeñas y tiernas le abofeteaban la cara. Gastando la última onza de energía, levantó el brazo y se aferró a las manos. Entonces, abrió los ojos poco a poco. La deshidratación no le dejaba ver con claridad tras mantener los ojos cerrados durante demasiado tiempo. Vio a penas a una niña con un vestido rojo de princesa y dos coletas, en cuclillas a su lado y mirándole con ansiedad.
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