—¿Qué estás haciendo, Yvette? —preguntó su primo, viéndose nervioso. Pero su salchicha estaba dura como una roca. Yvette sabía que se sentía muy bien, así que se rio, su voz seductora hizo que su primo se estremeciera. Rodeó el cuello de su primo con un brazo, y deslizó el otro en su traje, acariciándolo.
—Sé que me deseas, cariño, porque sé que te deseo.
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