—Tonterías —Joan puso los ojos en blanco—. No puedo emborracharme; todavía tengo que ir a casa a preparar la cena para mi hijo. Sin saberlo, ya estaba zumbada.
—Te respeto mucho, Joan, y estoy súper agradecida por tu compañía todo este tiempo —dijo Jessica con hipo, con una jarra de cerveza en una mano—. ¡En especial desde que el estúpido de Caspian se fue volando del país sin decirme nada! Si no fuera por ti, habría ido yo misma a darle una lección o dos.
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