«¿Ir a casa?» Vivian dejó de forcejear y sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa, pero la tristeza se filtró después. ¿A casa? Ya no tengo casa...»
Aunque se había mudado con Finnick, nunca había tomado su villa como su verdadero hogar. Para ella, solo era un techo cuando no tenía otro sitio al que ir; nunca fue su hogar. Pero por primera vez, Vivian sintió que un sentimiento cálido florecía en su corazón como la primera primavera después de un largo y frío invierno. Sus ojos, sorprendidos, observaron el rostro de Finnick, que correspondió a su mirada en silencio.
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