Mientras las duras acusaciones de Vivian resonaban en sus oídos, Finnick sintió un dolor insoportable que se extendía por todo su ser. Se había maldecido a sí mismo innumerables veces por haber sido tan tonto como para matar a su hijo nonato antes de acudir a la oficina de Vivian, pero escuchar las palabras de su boca era un asunto muy diferente. No pudo soportar sus acusaciones, que se le clavaron en el corazón como un millón de esquirlas de hierro.
—Vivian, lo siento. Ahora conozco mi error. Yo... —Finnick se quedó sin palabras. Ya había ofrecido su más sincera disculpa, pero ¿podría cambiar la realidad?
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