Al ver la expresión de tortura en el rostro de la mujer que amaba, a Finnick le dolió tanto el corazón que apenas podía respirar. La alzó en brazos y corrió hacia la puerta principal. Mientras corría, dijo:
—Vivian, soy Finnick. ¿Puedes oírme? Soy Finnick. Intenta aguantar un poco más. Te llevaré al médico.
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