El hombre que había provocado su miseria era también el que le había dado una fuerte sensación de seguridad. No era otro que Finnick, su amado esposo, que estaba justo delante de ella. Vivian se sintió mareada una vez que unió las piezas que faltaban del rompecabezas. Ruborizada, evitó la mirada de su marido y preguntó:
—¿Significa eso que solo me ha tocado un hombre?
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