—¡No, por favor, no!
De inmediato, Gabriella se puso de rodillas y recogió las frutas que estaban esparcidas por todo el lugar. El funcionario del ayuntamiento, en cambio, no hizo caso de sus ruegos. Tras lanzarle una mirada fulminante, se alejó. Arrodillada en el suelo, Gabriella rompió a llorar mientras la impotencia la inundaba.
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