Adam era, en efecto, un director veterano con un ojo perspicaz, pues enseguida señaló una parte de la que Megan no se había dado cuenta: La obstinación de la princesa Madeline en aquel entonces todavía estaba coloreada por un toque de coquetería de doncella, por lo que todavía habría un sorprendente rastro de lloriqueo en sus emociones.
Debido a la animosidad de su vida pasada, la interpretación de Megan de tal sentimiento era escaso, pero la iluminación se produjo al instante tras la guía de Adam.
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