Mientras Vivian miraba la mirada sincera de Finnick, una ráfaga de calor floreció por fin en su escarchado corazón. Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa para indicar que estaba bien. Ahora ya no estaba triste, tan solo tenía algunos sentimientos dentro de ella que no podía describir del todo. Unas dos horas más tarde, la luz del quirófano se apagó por fin. En el momento en que el médico salió, Rachel se precipitó hacia delante con la ansiedad y el miedo escritos en su rostro.
—¿Cómo ha ido, doctor? ¿Está bien mi hija?
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