Devolviéndole la mirada, se lanzó a su abrazo. Había pasado mucho tiempo desde que Vivian escuchó a Finnick susurrarle dulces palabras. Pero lo que acababa de declarar valía por toda una vida de susurros dulces olvidados. Y es que aquellas palabras eran un fiel reflejo de sus emociones. Por lo que ella sintió que era lo más dulce que le había oído decir.
—Está bien, está bien, mi niña tonta… —la calmó Finnick. Le acarició la cabeza con una sonrisa antes de limpiarse las lágrimas con el rabillo del ojo.
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