De alguna manera, esa mañana Joan sintió que Larry no había estado tan entusiasmado como solía estarlo. Era como si el hombre sólo recitara una línea bien ensayada, por obligación. Entonces, su expresión decayó.
Toc, toc. Joan quedó perpleja al oír que alguien llamaba a su puerta. Sobre todo, porque estaba en un lugar donde no mucha gente sabía quién era. De repente, recordó algo y corrió a ver quién era. «¡De verdad es él!», pensó.
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