Puede que no sea la humana más brillante, pero Joan era lo suficientemente inteligente como para saber a qué se refería aquel hombre. Alguien le había pagado un millón para secuestrarla. No tuvo el lujo de pensar en quién era el autor intelectual de todo esto. El tiempo era esencial. Tenía que salir.
—Claro, te doy un millón —aceptó Joan.
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