Pero Vivian había visto bien que un bicho había entrado en la habitación. Toda la sangre se le escurrió de la cara; siempre había tenido un miedo mortal a los bichos. Esperaba que el bicho no se moviera tras entrar por la ventana, pero no esperaba que volara hacia ella y se posara en su brazo. Casi saltando fuera de su piel, jadeó y trató de alejarse del bicho, tropezando de alguna manera con los brazos de Finnick.
El calor de sus cuerpos los calmó a ambos mientras ella lo miraba con torpeza y temor. Le había rodeado la cintura con un brazo, con una sonrisa encantadora y satisfecha en la cara, como un gato al que le han dado la crema.
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