—¿Aún me aceptarás? Ya no soy la gran princesa. Ahora, soy incluso peor que una persona promedio. Ni siquiera puedo hacer las tareas domésticas. ¿Seguirás pensando en mí como alguien grande? —A Gabriella le temblaba la voz. Las palabras de Carl hicieron que las lágrimas se agolparan en sus ojos.
La adoración llenó la voz de Carl mientras suplicaba:
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