Los dos no tardaron en jugar a la pelota como si fueran niños. Aunque estaban haciendo ruido, los clientes no podían soportar interrumpir su dulce momento juntos. Depositaron el dinero de la cuenta en las mesas y se marcharon en silencio.
—¡Tengo clientes que atender! —gritó Gabriella, recordando de repente que todavía estaba en el trabajo. Volvió corriendo a la tienda.
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