La princesa Madeline se había criado en palacio y era una dama adiestrada en todas las etiquetas reales. Cuando le recordó al príncipe que era una princesa, puso fin a su deseo infantil de enamorarse del príncipe. Lo único que quedaba entre ellos era la venganza y la animosidad.
Megan dejó por fin su actuación y volvió a ser ella misma. Volvía a ser la misma chica de pueblo, y la determinación en sus ojos había desaparecido.
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