Recogió la vara y se colocó debajo de la ventana. Comenzó a trazar una ruta de escape viable. Esperó diez minutos para asegurarse de que su secuestrador se había ido de verdad. Se armó de valor, tomó la varilla y la enganchó en una de las finas ranuras de la ventana. Esta ventana sólo tenía dos finos listones, con un estrecho espacio entre ellos. Joan nunca habría pensado en escapar por la ventana si no fuera por su delgado cuerpo.
—¡Ah! —Se cayó de la caña en su primer intento.
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