Ella refunfuñó mientras miraba fijo a Leonardo, pero él la ignoró por completo. Con una mirada sombría y ambas manos en el bolsillo de su sudadera azul, abrió la puerta de una patada detrás de ella y entró. «¡Lo juro, la grosería de este tipo no tiene límites!». Al no tener otra opción, solo pudo quedarse junto a la puerta y esperar a Galilea.
—¿Qué haces ahí parada de esa manera?
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