Capítulo 11 Nadie intimida a mamá
Mateo lanzó una mirada de fastidio a los guardias.
—Ya lo tengo. Ya pueden irse.
—¿Eh? ¿Irme? Pero...
—¿Quieres que llame a papá? —preguntó Mateo con altanería.
Los guardias se callaron de inmediato e intercambiaron miradas de pánico antes. Para sorpresa de Mateo, en realidad salieron de la habitación.
«¡Este engreído de Juan es impresionante! ¡Es tan poderoso!». Mateo se paseó con suficiencia por la suite. Era ajeno al hecho de que los guardias solo habían seguido sus órdenes porque sabían que debían enfrentarse tanto a Sebastián como a Federico si molestaban a Juan.
«¡Esto no es una broma! ¡Nuestros trabajos están en juego aquí! ¡El chico tiene no una, sino dos armas secretas a su disposición! ¡Huir es la única opción que tenemos!». Mateo perdió rápido el interés en la lujosa suite del ático. Corrió en busca de su madre.
—¿Mamá?
—¿Quién es?
Por suerte para él, oyó la voz de su madre en cuanto la llamó. Eufórico, corrió tan rápido como sus cortas piernas podían llevarle hacia la fuente.
—¿Mamá? ¿Qué pasó?
—¡Oh! Mateo, ¿por qué estás aquí? ¿Cómo encontraste este lugar? ¿Te vio alguien más? Debes irte ahora mismo, ¡es demasiado peligroso para ti aquí! —Alexandra, que se había escondido detrás de un sofá, se levantó al instante al oír la voz de su hijo, limpiándose apresurada los ojos llorosos. La pequeña cara de Mateo se ensombreció en cuanto se dio cuenta de que había estado llorando.
—Mami, ¿quién te acosó? ¿Es ese gran malvado? —Ella negó con la cabeza, secando sus mojadas mejillas antes de tomar su mano entre las suyas.
—No, Mati. Estoy bien. ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Viniste a salvarme? Entonces vámonos rápido.
Pero Mateo ya estaba enfadado. «¿Ese mezquino se atrevió a intimidar a mamá?». Él nunca lo iba a perdonar. Cuando Mateo se proponía proteger a alguien que amaba, no dejaba que nada se interpusiera en su camino. El furioso niño de cinco años escudriñó su entorno, luego se acercó a la mesa de centro y agarró un bolígrafo y un papel.
—Mati, ¿qué estás haciendo? —preguntó Alexandra, preocupada.
—Nada. Solo dejar un mensaje para el malvado. —Su pequeña mano agarró el bolígrafo y escribió rápido un sencillo mensaje en francés:
«¡Estás muerto!».
—¡Mati! —jadeó Alexandra.
...
Sebastián estaba con otro médico. Llevaba una semana sin dormir. Su insomnio se agravó la noche anterior cuando se enteró de que Alexandra estaba viva. No podía seguir así. Sin embargo, este médico tampoco podía averiguar qué le pasaba.
—Señor Heredia, le pido disculpas por ser tan directo, pero algo psicológico podría ser la causa de su enfermedad. Ahora que su estado ha empeorado, recetar Diazepam sería inútil e inefectivo. ¿Por qué no acude a un psicólogo?
—¿Un psicólogo? —Los ojos cansados e inyectados en sangre de Sebastián se entrecerraron al tiempo que juntaba las cejas, con obviedad en contra de la idea.
El médico solo pudo suspirar y guardar silencio. Nadie manejaba bien el diagnóstico de una enfermedad mental porque nadie quería admitir que le pasaba algo psicológico, sobre todo si le afectaba también de forma física. Al final, el médico solo pudo recetar una dosis más fuerte de Diazepam. Sebastián tomó su medicina y se disponía a salir cuando recibió una llamada del hotel.
—¡Señor Heredia! Su ex... La mujer se ha escapado.
—¿Qué? ¿Se ha escapado?
—Sí y encontramos una nota dentro. —Al otro lado de la llamada, Lucas sacó una foto de la nota con las manos temblorosas y se la envió a su jefe. A Sebastián le saltó una vena en la esquina de la frente en cuanto leyó la nota.
—¡Esa p*ta tiene ganas de morir! ¿Averiguaste quién lo hizo? ¿Qué haces todavía aquí? ¿Estás esperando a que vuelva para darte un premio de participación?».
—Nnn… No, Señor... Lo comprobamos ya, pero alguien borró las grabaciones de las cámaras de seguridad de la suite. Cuando preguntamos a los guardias, ¡dijeron que nadie, excepto Juan, había entrado!
—¡M*erda! —Sebastián escuchó un extraño zumbido en sus oídos mientras se mareaba, el mundo se balanceaba bajo sus pies. Por desgracia, esa no era toda la mala noticia que Lucas tenía para él.
—Señor Heredia, alguien también descubrió las imágenes de las cámaras de seguridad de esta mañana cuando fuimos a la oficina del Señor Jacobo y secuestramos a su ex... Quiero decir, a esa mujer y las ha colgado en internet. Se hizo viral. Ahora todo el mundo trata de averiguar quién es usted. Quieren que las autoridades actúen. «Tratando de averiguar», era un eufemismo.
»Era una caza de brujas. Gente de todo el mundo intentaba destruir a uno de los pocos señores de los negocios del mundo. Hubo un repentino destello de dolor en su cabeza, seguido por otro más. El teléfono se le escapó de las manos mientras se desplomaba de bruces en el suelo.
—¿Señor Heredia? ¿Señor Heredia?