Sebastián comprendió cómo se sentía Mateo. No obligó a su hijo a hablar, sino que se arrodilló frente a él.
—Lo siento —Empezó Sebastián—. Reconozco que fui violento y me enfadé, pero si no hubiera hecho lo que hice, tu madre no me habría obedecido. —Mateo movió sus ojitos brillantes para mirar a su padre a la cara.
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