Rosalía seguía sin poder decir una palabra a pesar del temblor de sus labios. Diez minutos más tarde, la ayudaron a salir de la cama y la llevaron abajo, con el cabello desordenado. Ahí, un montón de ruinas era todo lo que quedaba del, una vez glorioso e iluminado, Palacio Terán. No había ni un alma ni luces a la vista.
Todo lo que quedaba eran trozos de azulejos rotos por los disparos de los cañones. Dada la devastación generalizada, ni siquiera habría reconocido el lugar si no fuera por el familiar cedro que quedaba en pie. De hecho, comenzó a preguntarse si había acabado por accidente en el desierto.
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