El rostro de Jacinto cayó en un instante. Se lanzó hacia Wilfrido y le arrebató la carta. Era innegable, nada era más horrible que la devastadora verdad. Se balanceó sobre sus pies como si fuera a derrumbarse en cualquier momento. Sin embargo, aquel no fue el peor momento para él. Fernando añadió fuego a la llama al pronunciar de manera deliberada:
—Señor Junco, déjeme decirle algo. Cuando Salvador intentó huir hace muchos años, le preocupaba que usted detuviera su carta. Por eso, me envió una copia a mí, pidiéndome que se la diera a su hermano. ¿Pensó alguna vez en la posibilidad de que su hijo mayor sea la única persona de entre todos los Junco que mejor conocía el estado de Salvador en aquella época?
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