Por desgracia, Alexandra no tenía otra opción. No podía dejar que Sonia le hiciera daño a Sebastián ni dejar que Sebastián se hundiera con ella. «¡No mientras yo esté aquí!». Alexandra subió al auto y cerró la puerta a su lado. Las incipientes lágrimas calientes de sus ojos rodaron por sus mejillas en chorros.
―Lo siento, tío Jacobo y tía Sara.
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