Sin embargo, Irma se alegró mucho de que Salomón se acordara de traerle algo de comer. Ya no importaba nada más.
—Muy bien, coman. Seguramente partiremos hacia la Isla de la Aurora esta noche. Asegúrate de llenar el estómago, no sea que te marees en el barco —dijo con una voz tan suave que ella sintió que su corazón podría derretirse en un charco en ese mismo momento.
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