Después de subir al auto, Susana todavía podía sentir el aura imponente de Juan, así que no se atrevió a pronunciar una palabra. En cambio, se sentó con obediencia en el asiento trasero y miró por la ventana. En el auto no había más que un silencio sepulcral. Aunque Juan conducía a gran velocidad, el auto estaba tan insonorizado que lo único que Susana podía escuchar era el sonido del aire acondicionado.
Sin darse cuenta, Susana apretaba los puños cuando dijo:
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