—¡Tonterías! ―gruñó Benedicto.
Por desgracia, no podía hacer nada al respecto. Al final, hizo una llamada y reservó un vuelo a Zarain con un solo pensamiento en mente ¡salvar a su hijo! Era imposible que Edmundo fuera el espía. ¡Ni siquiera sabía cuándo de manera exacta su padre se había unido a esa gente!
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