Sabrina tenía muchas ganas de ir a averiguar quién estaba en realidad ahí adentro, pero tenía que pensar en su hija. Al final, decidió hacerse la buena y seguir al secuaz de Dagoberto hasta una de las otras cabañas. En pleno invierno, los vientos abrasadores del interior del bosque la helaban hasta los huesos. La oscuridad era total, tanto que no podía ver sus dedos delante de ella y el eco de los aullidos de varios animales le erizaba la piel.
Consumida por la ansiedad de lo que podría ocurrir en la noche y de si Jailyn se resfriara con este clima helado, Sabrina abrazó a su hija y la vigiló. Eran alrededor de las dos de la mañana cuando surgieron signos de actividad mientras ella estaba dentro de la cabaña. Casi se había quedado dormida con su bebé en los brazos mientras se aferraba al calor que emanaba la chimenea a su lado.
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