Las cándidas palabras de Edmundo hicieron que todos los colores de la cara de Tatiana se fueran. Parada detrás de él, Tatiana se sintió como si le cayera agua fría. Se fue toda su valentía y las esperanzas que mantenía. Mientras lo veía, su rostro volvió a palidecer.
—Aun así, ¿no podemos vivir nuestros días en paz? —suplicó, sin querer rendirse.
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